A vueltas con la soledad, ¿Necesidad o prejuicio?
La soledad está bastante más extendida de lo que parece, en los últimos años ha ido ganando fuerza la idea de vivir en solitario debido a que cada vez es más complicado que se den los cauces ni las condiciones para compartir algo tan único como la vida. Pese a esto, si no es una opción escogida sino más bien una resignación, supone una sensación de vacío difícil de explicar.
En España existen más de dos millones de hogares unipersonales, de los que aproximadamente el 40% son personas solteras. En los tiempos que corren no solamente es complicado construir una relación duradera, sino que incluso parece una locura pensar en conocer a alguien con quien intentarlo. La vida profesional, las tecnologías y los fugaces compromisos cotidianos difuminan esa posibilidad, soñamos despiertos sobre estar en el sitio indicado y en el momento idóneo para abrirle las puertas al amor, pero el amor sabe de muchas cosas más que de casualidades.
Es cierto que vivir en pareja soluciona este dilema, pero es importante saber que sólo funciona cuando la otra persona nos complementa de verdad, nos acepta y nos hace mejores personas. Considerar a la pareja como la antítesis del aislamiento es un error, el sentimiento de soledad se da también entre los amigos y en el entorno de trabajo. La soledad, por tanto, no es el problema, nos ofrece tiempo para pensar, para reflexionar, para mirarnos al espejo y reconocernos. Lo realmente crítico es no tener nada que aportar a los demás, estar vacío es mucho peor que estar solo, ya que mientras la soledad puede solventar el vacío interior, no ocurre lo mismo en sentido contrario.
Una vez aclarado este punto podemos hablar de un tipo de soledad muy concreto, la no deseada, es decir, cuando a pesar de tener mucho que compartir no existe nadie con quien hacerlo. Esta versión es la peor de todas porque se convierte en rutina con el paso del tiempo, no poder compartir nos hace más individualistas y terminamos cavando un foso a nuestro alrededor difícil de traspasar. Los amores que merecen la pena son los que consiguen traspasar ese foso, los que nos permiten salir del aislamiento y volver a compartir desayunos, viajes, pasiones y retos. Hasta que llegue, que llegará, recuerda ir llenando el foso para que nadie tenga que sumergirse mucho hasta encontrarte.